En definitiva, se puede decir que Spinoza establece una identidad entre el pensamiento racional y la verdad; de modo que toda idea enteramente producida por la razón, al ser necesariamente racional, debe ser necesariamente verdadera. Si es así, ¿existen las ideas falsas?, y si existen ¿en qué consisten?
Para Spinoza, la falsedad en sentido absoluto no existe, puesto que la razón es incapaz de producir ideas falsas por sí misma. Lo que llamamos ideas falsas, son, en realidad, ideas parciales o mezcladas con otras ideas, que tenemos debido a la finitud de nuestra capacidad cognitiva, y que por tanto no son “falsas”, en sentido absoluto, sino relativo a la finitud de nuestra potencia cognitiva, y por tanto, más que “falsas”, son “inadecuadas” al objeto al que se refieren.
Si, por ejemplo, vemos el Sol desde una ventana, lo percibiremos como un disco que podemos abarcar en nuestras manos, cuando en realidad es una esfera muchas veces mayor que la Tierra. Nuestra percepción no es falsa en sentido absoluto, sino “deformada”, debido a nuestra posición relativa respecto al Sol. O cuando, por ejemplo, se pensaba que la Tierra era plana, no era debido a una mala percepción en sentido absoluto, sino a que su diámetro es tan grande en relación con nuestra altura, que apenas percibimos su curvatura. No existen por tanto, conocimientos absolutamente falsos, sino distintos géneros o “escalones” de conocimiento en función de la parcialidad o completitud de las ideas que la razón produce. Es decir, que la falsedad no es resultado de un defecto de la razón, sino de la incapacidad de nuestro entendimiento de abarcar la totalidad de lo real de un solo golpe.
Por ello, para Spinoza sólo podemos dar por válidas aquellas ideas producidas completamente por la razón, ideas “simples”, sin mezcla con otras ideas, esto es, las ideas “claras y distintas”. Es así que consideraba a la Geometría como el mejor modelo de ciencia racional, dado que sus conocimientos son, o bien directamente producidos por la razón, como los axiomas y las definiciones, o bien son deducidos lógicamente de los mismos, como en el caso de los teoremas, y su veracidad no necesita de otro criterio que la propia lógica con la que se los deduce.
De ahí resulta claramente que, para que se entienda la esencia de Pedro, no es necesario entender la idea misma de Pedro y mucho menos la idea de la idea de Pedro. Es lo mismo que, si yo dijera que, para que yo sepa algo, no me es necesario saber que lo sé y, mucho menos, saber que sé que lo sé; por el mismo motivo que, para entender la esencia del triángulo, no es necesario entender la esencia del círculo. En estas ideas sucede más bien lo contrario. En efecto, para que yo sepa que sé, debo saber primero.
(Tratado para la reforma del entendimiento)
En oposición, se encuentran las ficciones, que son las ideas que se deducen inadecuadamente. Por ejemplo, si pienso en un árbol que habla, sé que ese pensamiento es ficticio, porque puedo imaginar un árbol y una voz, pero no puedo deducir el proceso mediante el cual el árbol produce la voz si no tiene órganos fonadores.
(…) Pasemos ya a las ficciones que versan sobre las esencias en sí mismas o acompañadas de cierta actualidad. (…) Del mismo modo, por ejemplo, que antes hemos visto que, mientras pensamos, no podemos fingir que pensamos y no pensamos, así también, una vez hemos conocido la naturaleza del cuerpo, no podemos fingir una mosca infinita; e, igualmente, después que hemos conocido la naturaleza del alma, no podemos fingir que es cuadrada, aunque podamos expresar todas estas cosas con palabras.
(Tratado para la reforma del entendimiento)