En torno a Kant
La personalidad de Kant
"Kant era de complexión enfermiza y de menos que mediana estatura. Su pecho estaba hundido, como puede verse en algunos de los retratos que de él se conservan.
En su pequeña cabeza sorprendían su frente ancha y arqueada y la penetrante mirada de sus ojos azules. Su cabello era rubio, fresco el color del rostro y todos sus sentidos finos y muy despiertos aun en los últimos años de su vida. Su voz era débil, pero capaz de grandes esfuerzos. El espíritu dominaba y gobernaba en absoluto este cuerpo enfermizo. En una pequeña obra, testimonio de su energía y de su tenacidad, nos habla de la manera como se sobreponía a su dolencia. La regularidad y la sencillez de su vida sostuvieron aquel organismo enfermizo y previnieron una grave enfermedad.
Los últimos decenios de su vida estuvieron dominados por una idea fija, a la cual lo subordinaba todo : la idea de su trabajo, de su creación filosófica. La facilidad con que, sin más elementos que unas "escuetas noticias", describía animadísimos cuadros de pueblos y países, demuestra la fecundidad y viveza de su imaginación, por lo menos, en la esfera de la Historia. Sus lecciones de Antropología y de Geografía física nos dan de ello elocuente testimonio. Las lecturas predilectas, que solazaban su espíritu en los ratos de descanso, eran las obras de Ciencias naturales, de Medicina y, especialmente, las descripciones de viajes. En el colegio describió en una ocasión con gran exactitud la arquitectura del puente de Westminster, y un oyente inglés le preguntó cuándo había estado en Londres, y si había hecho estudios especiales de arquitectura. De su fantasía se servía igualmente para animar sus pensamientos y elucubraciones filosóficas con acertadas comparaciones y vivas imágenes.
Su memoria era también sumamente vasta. Aun en sus últimos años recitaba largos pasajes de autores latinos y alemanes. A esta memoria, de acentuado carácter mecánico, se asociaba otra memoria lógica, sumamente vigorosa. En sus lecciones se servía, por precepto reglamentario, de textos como la Vernunftlehre, de Meier, y la "Metafísica" de Baumgarten. Los ejemplares que usaba estaban atiborrados de notas y correcciones, a las cuajes acomodaba sus lecciones. Sus juicios demostraban que dominaba el curso del pensamiento, y fácilmente sabía orientarse en la confusión, laberíntica a veces, de los detalles. Meditaba y repasaba mucho sus obras antes de darles la forma definitiva. Cuando reflexionaba sobre la solución de un problema, anotaba en hojas sueltas las ideas que se le ocurrían, y, después, las incorporaba en el lugar correspondiente. Este método de trabajo requería el auxilio de una memoria viva, fiel y amplia".
(O. Külpe, "Kant", ed. Labor, Barcelona, 1925)La vida de Kant
(...) "En 1783 compró una casa, que habitó hasta su muerte y que desapareció el año 1893. Poco después habilitó un local, donde al mediodía solía ser diariamente visitado por algunos convidados, cinco a lo sumo. Los días se deslizaban desde entonces con la mayor regularidad: se levantaba a las cinco de la mañana, daba sus lecciones de siete a nueve o de ocho a diez y hasta la una hacía sus trabajos más serios. Gustaba pasar entretenido dos o tres horas de sobremesa. Después daba su paseo diario, con tal puntualidad, que servía a los vecinos para poner en hora sus relojes. A última hora se dedicaba a la meditación y a lecturas amenas. A las diez se acostaba. Le molestaban las interrupciones de esta distribución del tiempo, aunque fueran inevitables. Las vacaciones, que hubieran podido modificar este sencillo plan de vida, eran entonces muy cortas: no viajaba. Desde los tiempos en que se había dedicado a la enseñanza privada, jamás salió de los estrechos términos de su ciudad natal".
(O. Külpe, "Kant", ed. Labor, Barcelona, 1925)Kant y la censura
"La vida retirada y laboriosa de Kant sufrió una ruda perturbación a consecuencia de un conflicto con el Gobierno. En octubre de 1794 recibió Kant una orden, refrendada por el ministro Wöllner. En ella se decía "La más alta personalidad del Estado ha visto, desde hace mucho tiempo, con gran desagrado, el mal uso que hacéis de vuestra filosofía, desfigurando y menospreciando algunas doctrinas fundamentales de las Sagradas Escrituras y del Cristianismo, como lo habéis hecho principalmente en vuestra obra Religion innerhalb er Grenzen der blossen Vernunft ("La Religión en los límites de la razón pura"), y en otros folletos. No dudamos que vos mismo comprenderéis que de este modo procedéis impunemente contra vuestro deber, como maestro de la juventud, y contra nuestros paternales deseos. Apelamos al testimonio de vuestra conciencia y esperamos que en adelante evitaréis nuestro desagrado, y que, en cumplimiento de vuestro deber, pondréis vuestro prestigio y vuestros talentos al servicio de los altos intereses de la patria, como es nuestro paternal deseo. En caso contrario, nos veríamos precisados inevitablemente a adoptar medidas desagradables". Todos los profesores y docentes de Filosofía y de Teología de la Universidad de Königsberg tuvieron que firmar, además, una declaración, según la cual, se abstendrían de dar lecciones sobre la doctrina religiosa de Kant.
La rudeza del ataque a la libertad docente conmovió profundamente a Kant. Tal atropello no hubiera sido posible sin un cambio radical de criterio en el Gobierno. El ministro von Zedlitz, el gran colaborador de Federico II, había sido uno de los más fervorosos admiradores de Kant y de su filosofía. Estudiaba los extractos de sus lecciones, que con gran celo se proporcionaba, y escribió a Kant cartas sumamente cariñosas, que demostraban su respeto y admiración. Kant mostróse tan agradecido a estas deferencias, que le dedicó con nobles y sentidas palabras su "Crítica de la razón pura". Al morir Federico el Grande, en 1786, le sucedió en el trono su sobrino Federico Guillermo II, príncipe afeminado, mojigato, dado a los placeres y débil de cuerpo y de espíritu. Ya en 1788 había desaparecido Zedlitz y fue sustituido por el predicador Wöllner, que muy pronto impuso un dogmatismo cerril e intransigente a párrocos, estudiantes y maestros de Teología.
En relación con estos asuntos se estableció una mezquina censura. Una de las principales causas fué el recelo con que se veía el interés que en Alemania despertaba la Revolución francesa. Todos los espíritus avanzados la consideraban como un acontecimiento trascendental para el progreso y para la humanidad. El mismo Kant veía originariamente en ella un testimonio del poder incontrastable de las ideas morales. La lucha de la libertad contra la fuerza, de la autonomía contra la heteronomía y la autoridad, de la igualdad ante la ley contra la injusticia y el capricho al uso en aquella época, se reputaba como empresa digna de todo esfuerzo. Pero precisamente este interés público por la Revolución francesa pareció sospechoso y lleno de peligros a los gobernantes prusianos
Estas reprensiones a Kant fueron motivadas porque su obra sobre la Religión apareció en su primera edición, a pesar de la prohibición de la censura de Berlín, por intervención de la Facultad de Jena el año 1794; y ya en el año siguiente se hizo de ella una segunda edición. Ya en marzo de 1794 escribía Federico Guillermo II a Wöllner: "No debe consentirse por más tiempo la publicación de los funestos escritos de Kant". Wöllner prefería un procedimiento más suave, pero el Rey mismo le obligó a proceder con más energía. Si no se hizo así ya en el mismo año 1793, fue debido a la guerra con Francia. A ello contribuyó también un artículo de Kant sobre el Fin de todas las cosas.
Kant conocía perfectamente lo que en contra suya se tramaba en Berlín. Aunque preveía su destitución de la cátedra, publicó el folleto, en el cual protestaba enérgicamente contra el nuevo régimen de la Iglesia. Entre otras cosas, dice: dondequiera que, una autoridad arbitraria trata de imponer violentamente el Cristianismo, pierde éste completamente su fecundidad y simpatía. El Fundador del Cristianismo no se dirigió a los hombres a título de tirano, sino de amigo del hombre. Este folleto se publicó en el verano de 1794, y el rescripto del Gobierno en octubre del mismo año.
Kant contestó clara y noblemente a los reproches que se le dirigían. Como maestro de la juventud no se había permitido jamás juicios sobre las Sagradas Escrituras y sobre el Cristianismo. En sus lecciones se atenía a los manuales y textos aprobados. Tampoco como maestro del pueblo, es decir, como escritor, se había propasado a decir nada contra las órdenes y escritos de las autoridades, porque su libro sobre la Reliugión era incomprensible para el gran público y sólo iba dirigido a los profesores y sabios. Que las Facultades eran libres para juzgarlo, según su leal saber y entender, y que ni aun por su contenido merecía el libro semejantes censuras. La armonía que en él se establecía entre el Cristianismo y las más puras y racionales creencias morales era precisamente su mejor y más irrefragable apología, ya que tantas veces se había desfigurado el Cristianismo y se continuaría desfigurándolo en el porvenir. Agregaba, además, que se abstendría en delante de hacer manifestaciones públicas sobre Religión. Me parece lo más seguro, decía, afirmar solemnemente como fidelísimo súbdito de la eterna majestad real, que en adelante me abstendré de hablar públicamente de Religión natural o revelada, ni en la cátedra ni fuera de ella en mis escritos. Más adelante confesaba Kant que había empleado deliberadamente la expresión "eterna majestad real" para no renunciar a la libertad de pensamiento definitivamente, sino sólo durante la vida de este rey."
(O. Külpe, "Kant", ed. Labor, Barcelona, 1925)