En torno a Sartre
Anécdotas sobre La Náusea, por Germán Uribe
Es interesante ver cómo Sartre relata su visita a la editorial Gallimard y los detalles para la consecución de la edición de su primer libro formal. Le escribía a su compañera Simone de Beauvoir en los siguientes términos:
"Entérate, pues, que desembarqué en la estación del norte a las tres menos veinte. Bost me esperaba. Tomamos un taxi y fui al hotel a buscar “Eróstrato”. De allí pasamos al Dôme, donde encontramos a Poupette, que corregía los otros dos relatos: “Destierro” y “El muro”. Los tres nos dedicamos a eso y a las cuatro en punto habíamos terminado. Dejé a Bost en el cafecito donde te esperé el día en que fuiste melancólicamente a buscar, a la NRF, el original rechazado. Entré gloriosamente. Siete tipos esperaban en el entrepiso, unos a Brice Parain, otros a Hirsch, otros a Seligmann. Di mi nombre y dije a una mujercita que manejaba teléfonos sobre una mesa que quería ver a Paulhan. Tomó uno de esos teléfonos y me anunció. Me dijeron que esperara cinco minutos. Vi pasar a Brice Parain, que me miró vagamente, sin parecer reconocerme. Me puse a leer “El muro” para distraerme y un poco para reconfortarme, porque “Destierro” me parecía muy malo. Apareció un hombrecito muy pulcro. Camisa deslumbrante, alfiler de corbata, saco negro, pantalón a rayas, polainas y el sombrero hongo un poco echado hacia atrás. Una cara rojiza con una gran nariz cortante y ojos duros. Era Jules Romains. Tranquilízate, no era un parecido. En primer lugar era más natural que se encontrara allí que en cualquier otro lado; luego, dio su nombre. Así. Al cabo de un rato, cuando todo el mundo me había olvidado, la mujercita del teléfono salió de su rincón y pidió fuego a uno de los cuatro tipos que quedaban. Ninguno tenía. Entonces se levantó y coquetamente, con impertinencia, dijo: ‘Bueno, hay aquí cuatro hombres ¿y ninguno tiene fuego?’. Levanté la cabeza, me miró y dijo vacilante: “Cinco”. Luego: “¿Qué está haciendo aquí?” “Vengo a ver a M. Parent, no, Paulhan”. “¡Bien, suba!”. Subí dos pisos y me encontré frente a un gran tipo bronceado con un bigote negro suave que va a pasar dulcemente al gris. El tipo estaba vestido de claro; era un poco gordo y me dio la impresión de ser brasileño. Era Paulhan. Me introdujo en su escritorio; habla con una voz distinguida, con una agudeza femenina que acaricia. Me senté con la punta de las nalgas en un sillón de cuero. Enseguida me dijo: “¿Qué es ese equívoco respecto a las cartas? No comprendo”. Yo dije: “El origen del equívoco viene de mí. Yo no había pensado aparecer en la revista”. El me dijo: “Era imposible. Primero, es demasiado largo, nos hubiera llevado seis meses y además el lector se hubiera desorientado al décimo folletín. Pero es admirable”. Siguieron varios epítetos laudatorios que imaginarás: “acento tan personal, etc.”. Yo me sentía muy incómodo, porque pensaba: “Después de esto mis relatos van a parecerle pobres”. Me dirás que poco importa el juicio de Paulhan. Pero, en la medida en que podía halagarme que encontrara Melancolía bien, me mortificaba que encontrara mis relatos pobres. Mientras tanto, él me decía. “¿Conoce a Kafka? A pesar de las diferencias, sólo puedo comparar eso con Kafka en la literatura moderna”. Se puso en pie, me dio un número de Mesure y me dijo: “Voy a entregar uno de sus relatos a Mesure y me reservo el otro para la NRF”. Yo dije: “Son un poco... eh... eh... libres. Toco puntos en cierto modo sexuales”. Sonrió con aire indulgente: “Para eso Mesure es muy estricto pero la NRF publica todo”. Entonces le dije que tenía otras dos. “Bien - dijo muy contento -, démelas, así podré elegir las que mejor vayan con el número de la revista, ¿no le parece?” Voy a llevarle la semana próxima las otras dos si mi correspondencia no me impide terminar “El cuarto”. Luego me dijo: “Su manuscrito está en manos de Brice Parain. No está del todo de acuerdo conmigo. Le encuentra pasajes opacos y largos. Pero no comparto su opinión: me parece que necesitan sombras para que resulten mejor los pasajes brillantes”. Yo estaba mortificado como una rata. Agregó: “Pero sin duda su libro será aceptado. Gallimard no puede dejar de aceptarlo. Además, voy a acompañarlo a ver a Parain”. Bajamos un piso y caí en el despacho de Parain, que se parece como dos gotas de agua a Constant Remy, pero él es más hirsuto: “Este es Sartre”. “Ya me parecía - dijo el otro cordialmente -, además, hay un sólo Sartre”. Y comenzó a tutearme inmediatamente; Paulhan nos dejó y Parain me hizo atravesar una sala de fumar y de tipos sentados en los sillones y me llevó a una terraza-jardín. Nos sentamos en sillones de madera pintados de blanco, ante una mesa de madera pintada, y empezó a hablarme de Melancolía. Es difícil contarte en detalle lo que dijo, pero grosso modo era esto: leyó las treinta primeras y pensó: este es un personaje presentado como los de Dostoyevski; tiene que continuar así y pasarle cosas extraordinarias, porque está fuera de lo social. Pero, a partir de la página treinta, lo decepcionaron e impacientaron cosas demasiado opacas, tipo popular. Le pareció demasiado larga la noche en el hotel (esa en que están las dos sirvientas), porque cualquier escritor moderno puede describir así una noche en el hotel. Demasiado largo también el bulevar Victor Noir, aunque le pareció estupendo lo de la mujer y el hombre que se insultan en el bulevar. No le gusta nada el autodidacto, que le parece a la vez demasiado opaco y demasiado caricaturesco. Al contrario, le gusta mucho la náusea, el espejo (cuando el tipo se mira en el espejo), la aventura, los sombrerazos y el diálogo de la gente simple en la cervecería. Se quedó ahí, no pudo leer el resto. Encuentra el género falso y piensa que se sentiría menos (el género diario), si yo no me hubiera preocupado por “soldar” las partes de lo fantástico con partes de populismo. Le gustaría que yo suprimiera en lo posible el populismo (la ciudad, lo opaco, las frases como: “Comí algo demasiado pesado en la cervecería Vezelise”. Y las soldaduras en general. Le gusta mucho M. de Rollebon. Le dije que, de todas maneras, no hay más soldaduras a partir del domingo (sólo quedan el miedo, el museo, el descubrimiento de la existencia, la conversación con el autodidacto, la contingencia, en fin). Me dijo: “Aquí tenemos la costumbre, si pensamos que se puede cambiar algo en el libro de un autor novel, de devolvérselo por su propio interés para que haga algunos retoques. Pero sé lo difícil que es rehacer un libro. Tú verás, y si no puedes, tomaremos una decisión sin necesidad de eso”. Era un poco protector “el mayor joven”. Como él tenía que hacer, me fui pero me invitó a tomar una copa con él cuando hubiera terminado su trabajo. Por lo tanto fui a hacerle una broma al chico Bost. Como había conservado por inadvertencia el manuscrito de Melancolía, entré en el café y arrojé el libro sobre la mesa sin una palabra. Me miró empalideciendo un poco y le dije: “Rechazado”, con un aire lamentable y falsamente desenvuelto. “¡No!, ¿Pero por qué?”. “Les parece opaco y aburrido”. Se quedó abrumado; luego le conté todo y se alegró muchísimo. Volví a plantarlo y me fui a beber con Brice Parain. Te ahorro la conversación que tuvimos en un cafecito de la calle Du Bac. B.P. es bastante inteligente, nada más. Es un tipo que piensa sobre el lenguaje como Paulhan: es asunto de ellos. Ya sabes, el viejo truco: no es sino la logomaquia porque nunca se agota el sentido de las palabras. Pero todo es dialéctica, etc. Quiere hacer una tesis sobre esto. Nos separamos. Me escribirá de aquí a una semana. Para las modificaciones de Melancolía, naturalmente te espero y decidiremos lo que hay que hacer…""
La crítica, sin embargo, y pese a lo narrado por Sartre sobre su odisea con la editorial Gallimard, recibió con entusiasmo la aparición de esta novela, resaltando la presencia de un escritor al cual en adelante debería tenerse en cuenta. Paul Nizan escribía en el periódico Ce Soir el 16 de mayo de 1938: Sartre podría ser un Kafka francés si su pensamiento no fuera enteramente extraño a los problemas morales.
Fragmento tomado de "Anécdotas alrededor de La Náusea", por Germán Uribe, en la sección "Hablemos de Sartre", de su página "La esquina de Germán Uribe", desde la que podrás acceder también a su blog.