Ortega y su tiempo
EL SIGLO XX
El mundo del siglo XX caminó entre progresos tecnológicos, concentración de capitales, apetitos imperialistas, con su secuela armamentista, contradicciones entre los regímenes liberales parlamentarios, o que aspiraban a serlo, y la resistencia de estructuras sociopolíticas y mentales del Antiguo Régimen. El cine da sus primeros pasos y un español, Pablo Ruiz Picasso, instalado en París desde 1902, empieza en la línea impresionista sus períodos azul y rosa. Es amigo de Braque y de los poetas Apollinaire y Max Jacob. Por aquellos años mueren Gauguin, Cezanne y Van Gogh.
Las grandes empresas alemanas barren el mercado mundial de colorantes sintéticos y abonos industriales; los norteamericanos desbordan a los franceses en la nueva producción, la del automóvil. Pero Alemania quiere más colonias y el Kaiser no esconde sus ambiciones con su extemporánea visita a Tánger. (En el fondo, la concesión del protectorado marroquí a España es una imposición de Gran Bretaña para seguir controlando las llaves del Estrecho.) En las metrópolis de los imperios crece el movimiento obrero: el Partido Socialdemócrata alemán y el Labour Party británico, de reciente creación, obtienen fabulosos resultados electorales. Francia, tras la solución del affaire Dreyfus y después de los períodos de gobierno de Jules Ferry, Waldeck-Rousseau y Combes, es ya un "modelo" de Estado burgués, democrático y laico (que tanta impresión hará en el joven Manuel Azaña); aunque, paradójicamente, cada día tiene más dominios coloniales y su aliada, la Rusia zarista, consigue yugular, provisionalmente, una revolución.
Es también el mundo en que el pensamiento científico da saltos de gigante que anuncian una nueva era: la teoría de los quanta de Max Planck (1900), la teoría de la relatividad de Einstein (1905), el descubrimiento de los rayos X por Roentgen, el descubrimiento por Landsteiner, en Austria, de los grupos sanguíneos humanos. En Viena, otro médico, Sigmund Freud, publica en 1901 su Psicopatología de la vida cotidiana. Todo eso sin olvidar que, casi al mismo tiempo, Ramón y Cajal había demostrado la estructura del tejido nervioso y las neuronas.
Mundo aquel, tan atractivo como inquietante, en el que en los últimos cuarenta años las grandes potencias se habían anexionado más de 17 millones de kilómetros cuadrados de otros continentes, con millones de pobladores.
ESPAÑA EN EL DINTEL DEL NUEVO SIGLO
España vacilaba. La ausencia de cohesión ideológica de su bloque de poder se manifestaba por los signos de crisis política e ideológica que hemos apuntado. Se vivía un tempo económico y otro ideológico y de mentalidades muy distinto; uno es el que ya anuncia la economía y la tecnología del siglo xx (que tiene su desfase interno entre la industrialización y la pesadez agraria) y otro el de la escala de valores del Antiguo Régimen. Los equívocos que caracterizaron la entrada en la sociedad burguesa dieron lugar a un fenómeno que tendrá larga vida en el siglo xx: que junto a la familia, el órgano fundamental de reproducción de ideas y creencias siga siendo la Iglesia y sus aparatos, en vez de una escuela y un sistema de educación secularizado, como hay en otras sociedades burguesas. La secularización de la enseñanza y de la vida cotidiana no pasa de ser un propósito de la izquierda burguesa y del movimiento obrero.
Podría decirse que si en el dominio de lo objetivo, la problemática mundial se iba a imponer a España (y la guerra mundial lo demostraría), en el terreno subjetivo, de toma de conciencia, España parecía no haber llegado a un nuevo siglo; la modernización como hecho objetivo y la modernidad como conciencia de lo mismo, parecían todavía lejos. En cambio, como ya hemos apuntado, empezaban a manifestarse los síntomas de una crisis de conciencia de lo que había sido el bloque de poder durante más de cincuenta años.
Resulta bastante claro que en 1914 la modernización no había llamado todavía a las puertas de España: persitía la mayoría aplastante de la población agraria dentro del total de población activa, que implicaba también la preponderancia de un estilo de vida en que pesaban con fuerza las elites rurales y, consiguientemente, las escalas de valores tradicionales. La persistencia del caciquismo no deja de estar en conexión con este fenómeno. El relativo crecimiento de la producción agraria no supuso ningún aumento de renta de los trabajadores del campo y cabe sospechar que la mayor rentabilidad posible de algunas tierras no se reflejó en nuevas inversiones de capital (tal vez mucho más en compras de nuevos predios y en beneficios del capital comercial que controlaba las exportaciones agrícolas).
En cambio, cierto descenso de la mortalidad y de la natalidad (mayor control de nacimientos y descenso de la nupcialidad) indica una "modernización", que no siempre implica disminución en porcentajes de la distancia que nos separa de los países europeos desarrollados. No todo es "modernidad", porque el descenso de la natalidad obedece también a que se contrae matrimonio a edad más tardía y supone una supervivencia de la familia patriarcal en la que es necesaria la aportación de los hijos mayores a la unidad económica familiar (característica del Antiguo Régimen), en detrimento de la progresión de la familia nuclear.
En cuanto a las migraciones, la importancia de la que se dirige al extranjero y lo limitado todavía de la que se dirige a las tres zonas industriales del país, tampoco nos permite colegir un paso importante hacia la modernización.
Tampoco los progresos tecnológicos están aún en condiciones de hacer que las industrias de cabecera, con grandes inversiones de capital, constituyan la parte decisiva de la producción; es la construcción la que, con 283 000 trabajadores en 1910, cuenta con la mayoría del sector secundario en población activa, seguida de las confecciones y de la industria textil, lo que no significa signo alguno de modernización. Se trata de un país que exporta productos agrícolas y materias primas minerales y que importa fibras textiles para su industria y maquinaria; la aparición de grandes empresas, la importancia creciente de las sociedades anónimas, coincide con una vasta red de miniempresas casi artesanales.
Políticamente, la Constitución pactada entre la Corona y la representación nacional, sigue apoyándose, con dificultades crecientes, en los partidos de turno, que no son partidos políticos modernos, sino reuniones de notables construidas de arriba a abajo. La modernidad se encuentra tan sólo en dos partidos que no llegan a insuflar nueva vida al bloque de poder; nos referimos al Reformista y a la Lliga; y, desde luego, al Partido Socialista, a pesar de su exigüidad. En cuanto a los diecinueve gobiernos, con sus doce presidentes del Consejo y sus 86 ministros, que hubo desde la firma del Tratado de París (diciembre 1898) hasta 1914, resulta claro que apenas podían atender a la conservación del orden social y al mantenimiento, mejor o peor, pero forzosamente continuista, de los aparatos de Estado: burocracia (deficiente), ejército, bases de una policía que antes del siglo apenas existía, relaciones con la Iglesia... Pero los problemas se sucedían y se agolpaban al correr de los meses y de los años: cuestión agraria, reivindicaciones obreras y nacionalistas, atraso del proceso educativo y necesidad de su auténtica secularización, relaciones internacionales, en las que España se había convertido en juguete a merced de las potencias. El continuismo de los citados aparatos, sus ansias de protagonismo (en el ejército y en la Iglesia, principalmente) eran signos de anacronismo que en nada rimaban con una eventual modernización.
Sí, rodaban los ferrocarriles y también unos cuantos automóviles por polvorientas vías que más parecían caminos de herradura que carreteras; había elecciones y parlamento, pero con "trampa"; la modernización de la prensa diaria (los 100 000 ejemplares de El Imparcial y otros tantos de ABC, la entrada en liza del vaticanista El Debate), con nuevas técnicas de información y difusión, hacían pensar que el inmovilismo era más aparente que real. La gran sacudida de la guerra mundial (que entonces llamaron europea) habría de dar la respuesta a este interrogante.
LA PROCLAMACIÓN DE LA II REPÚBLICA
"Un fantasma recorre España", podría haberse dicho parafraseando la célebre expresión de Marx. Pero este fantasma que recorría España, que hacía que las viejas familias cerrasen las puertas de sus casas, que el padre corriese a los bancos, que a la Bolsa se le parase el pulso en pleno siglo xx, desde mediados de 1930, este fantasma no era el del comunismo (aunque éste bien pudiera manipularse por o para algunos obsesos) sino el de la república. "¡Que viene la república!" Una república que ya habían pactado todos los republicanos en San Sebastián aquel verano, cuando ya antiguos políticos monárquicos como Niceto Alcalá Zamora o Miguel Maura arengaban a masas enfervorizadas adhiriéndose a un proyecto de democracia republicana que ellos veían como conservadora. Pero también el Partido Socialista, fuerte y cohesionado, limaba diferencias internas y se integraba en el Comité donde se gestaba la labor gubernamental de un futuro próximo. Y hasta los libertarios, más utopistas que nadie por naturaleza, dejaban momentáneamente sus proyectos de anarquía y al tiempo que rehacían sus filas (maltrechas durante la Dictadura) prestaban su colaboración para conseguir ese primer paso inmediato, esa república que iba sirviendo de denominador común a la esperanza de millones de españoles.
Las instituciones estaban al borde del abismo cuando se creó el vacío político de la caída de Primo de Rivera, sin que sirvieran ya para nada los viejos partidos de turno defenestrados en 1923 y olvidados por la opinión pública. Que el propio rey echase mano del jefe de su casa militar (el general Berenguer, condenado por la catástrofe de Annual y amnis tiado por el propio rey); que en el palacio de Liria, mansión de una figura de pro de la Grandeza de España, el duque de Alba, se reuniese el anfitrión con los más eminentes políticos del bloque dominante, y que allí se decidiese retornar a la vida constitucional de 1923, como si no hubiera pasado nada y poner al citado general al frente de un gobierno de hombres procedentes del conservadurismo y del mundo de los negocios; que la gobernación del Banco de España se confiara al banquero que participaba en más consejos de administración de todo el país (el conde de Gamazo); que a otro grande de España, presidente de las Potasas de Suria y de Marismas del Guadalquivir (el marqués de Hoyos), le designase el rey alcalde de Madrid y miembro del Consejo de Estado, mientras se hacía venir de Marruecos al general Emilio Mola para ocupar la Dirección General de Seguridad, y otro general "africano" José Sanjurjo, continuaba de director de la Guardia Civil; que el hombre de confianza del marqués de Comillas (vizconde de Güell) y de Acción Católica, Carlos Martín Alvarez, siguiese de gobernador civil de Madrid; y que el abogado de la Casa Real (y financiero) Leopoldo Matos y un profesor de los infantes (Tormo) fuesen también ministros daba al nuevo gobierno un aspecto que alguien definió como de "tertulia palatina".
Personalidades políticas y financieras como Francesc Cambó y Gabriel Maura Gamazo aportaron sus consejos y su aprobación a la formación del nuevo gobierno y hasta llegaron a proponerse la formación de un partido de "centro". ¿Qué significaba todo esto? Que en realidad la formación del gobierno Berenguer no era un cambio de Poder, sino el relevo del equipo que ejercía cotidianamente el Poder.
Todo esto lo supo ver Ortega y Gasset varios meses después en su histórico artículo "El error Berenguer" publicado en El Sol del 14 de noviembre de 1930. "Berenguer no es el sujeto del error, sino el objeto", se dice allí. El famoso artículo, que termina con las palabras Delenda est Monarchia, no es sino el diagnóstico de la crisis de Estado ya imparable: "La continuidad de la historia legal se ha quebrado. No existe el Estado español. ¡Españoles, reconstruid vuestro Estado!". En realidad, lo que Ortega advierte no es la ruptura de la continuidad legal (que se había producido no sólo en 1923, sino también en 1874 y en 1868, etc., puesto que nuestra historia constitucional está hecha de esas rupturas) sino la ineficacia y fragilidad del Estado, cuyos aparatos podían quebrarse en cualquier momento y cuya hegemonía ideológica había descendido a cerca de cero.
Las memorias de Mola, como las del marqués de Hoyos, de Gabriel Maura o del general Berenguer son irrecusables testimonios de aquella crisis de Estado. Las memorias del general amnistiado tienen, a veces, acentos de confesión: desamparados, como estábamos, de la opinión, discutido el supremo apoyo que habría de darnos la autoridad moral indispensable; sin ser dueños de los medios coactivos necesarios; entibiada la confianza en el Régimen, y contagiada la mayoría de sus servicios en la duda de su vitalidad... Entre huelgas, manifestaciones y protestas, el Régimen caminaba visiblemente hacia el despeñadero.
Los partidos republicanos, reunidos en San Sebastián en el mes de agosto, deciden crear un comité revolucionario, al que se adhiere después el PSOE. A su vez, el Comité (en el que también figuran los nacionalistas catalanes) enlaza con la CNT.
El mitin republicano en la plaza de Toros de Madrid fue un alarde de fuerza y de organización. Tal vez fue mayor la huelga general de Madrid, del 14 al 16 de noviembre (tras la agresión de la fuerza pública a los asistentes al entierro de los obreros muertos en un derrumbamiento de la calle de Alonso Cano), impuesta por la CNT y seguida por la UGT, que fue total e impresionante.
El drama estaba en el aire, cuando, el 12 de diciembre de 1930, el capitán Fermín Galán y sus hombres se adelantan a la fecha fijada por el Comité revolucionario y se alzan en Jaca. Son derrotados antes de llegar a Huesca y el día 14 Galán y otro capitán, García Hernández, son fusilados, los ánimos se exaltan; el lunes 15 la huelga es general en toda España, pero por causas oscuras (denunciadas, no obstante, con energía por Largo Caballero en el primer Congreso del PSOE de 1932) la Casa del Pueblo de Madrid no dio la orden de huelga; los aviadores republicanos que tomaron el aeródromo de Cuatro Vientos tuvieron que replegarse hacia Portugal, después de sobrevolar Madrid y comprobar la falta de apoyo, mientras las columnas gubernamentales avanzaban hacia el aeródromo. Al mismo tiempo, era detenida la mayoría del Comité revolucionario, con Alcalá Zamora, Maura, Caballero y De los Ríos a la cabeza; Prieto y Azaña pasaron a la clandestinidad.
La victoria de Berenguer tuvo mucho de pírrica; los mismos partidos del bloque dominante, con Romanones y Cambó en cabeza, se negaron a participar en el mecanismo preparado por Berenguer para unas elecciones legislativas. El 14 de febrero el rey sustituía al fracasado Berenguer por un gobierno presidido por el almirante Aznar y dirigido de hecho por Romanones, que detentaba la cartera de Estado; gobierno (de "encerrona" lo calificó Gabriel Maura) que era como un microcosmos de las oligarquías políticas y socioeconómicas que habían dominado desde finales del siglo xix.
A los pocos días, el Consejo supremo de Guerra y Marina ponía en la calle a los miembros del Comité revolucionario, recibidos entre aclamaciones. En Madrid, la batalla entre los estudiantes de la Facultad de San Carlos (Medicina) y la Guardia Civil dividió a los ministros; La Cierva quería que los guardias tomasen la Facultad por asalto, pero se opusieron el ministro de Instrucción (Gascón) y el de Gobernación, presionados ambos por el claustro de profesores. Este último ordenó a la fuerza pública que se retirase. Al día siguiente, la huelga ganaba en todas las Universidades del país y se recrudecían las manifestaciones de masas.
El Gobierno había convocado elecciones municipales. Se formaron candidaturas de conjunción republicano-socialista y la consulta electoral tomó enseguida el significado de un referéndum en favor o en contra de la monarquía.
En la tarde del 12 de abril ya se sabía que el resultado había sido favorable a los republicanos en 41 de las 50 capitales de provincia y en todas las aglomeraciones urbanas importantes. Gobierno y aparatos del Estado se desplomaron en menos de 48 horas. Al atardecer del 14 de abril los miembros del Gobierno provisional de la República, que difícilmente se abrían paso entre una multitud enfervorizada que los aclamaba, entraron por la puerta grande del Ministerio de la Gobernación; la Guardia Civil presentó armas en posición de firmes.
El Gobierno quedó reunido toda la noche; su primer acto consistió en autolimitar su poder por el Estatuto jurídico del Gobierno provisional aparecido en La Gaceta del día 15 de abril. Este mismo texto establecía la obligación de convocar Cortes constituyentes lo más rápidamente posible, ante las cuales el Gobierno respondería de todo lo legislado provisionalmente por decreto.
Al anochecer del 14 de abril y tras un acuerdo "técnico" entre Romanones y Alcalá Zamora, Alfonso XIII salía del Palacio Real por la puerta del Campo del Moro, acompañado por el duque de Miranda. El gobierno de la República sólo lo supo de madrugada, cuando don Alfonso había embarcado en el crucero Príncipe Alfonso que lo llevaba hacia el destierro.
(Manuel Tuñón de Lara, Julio Valdeón Baruque y Antonio Domínguez Ortiz, "Historia de España", Ed. Labor, Barcelona, 1991).