La Filosofía política de Chantal Mouffe. Introducción
En muchas de sus obras Chantal Mouffe muestra su preocupación por el futuro de las democracias modernas, al estudiar su evolución en los últimos años, especialmente a partir de los años 90, en que el triunfo de la democracia liberal se ha presentado como el de una victoria definitiva y sin adversarios.
La idea de que los problemas del mundo contemporáneo se solucionarán por medio de la universalización de la democracia liberal y de que el consenso racional debería ser la forma de solución de conflictos, parece haberse impuesto de un modo aplastante, no sólo en las filas de quienes representaron tradicionalmente a la derecha, sino también entre muchos de los representantes de la izquierda, especialmente en los sectores afines a la socialdemocracia. En algunos casos esta concepción se ha desarrollado en paralelo a la teorización de una “tercera vía”, auspiciada por Tony Blair, o del “Nuevo Centro” de Gerhard Schröder, cuyos representantes proclaman el arcaísmo de la distinción izquiedas / derechas y abogan por una política sin adversarios, situándose en un ilusorio centro político. Las viejas confrontaciones, declaran, han desaparecido del panorama político y las democracias liberales parecen discurrir en torno a una única disputa centrada en la alternancia del gobierno entre formaciones políticas (sin apenas diferencias en sus programas políticos y sin que se perciba en absoluto en torno a qué contenido programático, conceptual o ideológico discrepan). El elemento común entre todas ellas, según Chantal Mouffe, es su incapacidad para comprender el carácter inerradicable del antagonismo y del conflicto social (de “lo político”), así como el papel que la distinción izquierda / derecha, como expresión de ese conflicto, puede jugar en la movilización de las pasiones hacia objetivos democráticos, y los peligros que su olvido puede suponer para las democracias modernas: “Cuando la división social no puede ser expresada por la división iquierda / derecha, las pasiones no pueden ser movilizadas hacia objetivos democráticos, y los antagonismos adoptan formas que pueden amenazar las instituciones democráticas" (1).
Tras la euforia de los años 90, efectivamente, se han manifestado nuevos antagonismos a los que dichas democracias han sido incapaces de hacer frente con eficacia y que ponen de manifiesto la imposibilidad de ese mundo globalizado, armónico y pacífico que prometen, al tiempo que cuestionan la misma posibilidad de futuro de la democracia, en los términos en que se plantea su legitimidad en las democracias modernas. También ponen de manifiesto la insuficiencia de los elementos teóricos en los que dichas ilusiones se fundamentan.
La creciente indiferencia ante la participación en la vida política manifestada por una gran parte de la población, por ejemplo, que se observa en muchas de las democracias europeas, así como el también creciente auge de corrientes políticas populistas y de extrema derecha, son buena muestra de ello. Al no comprender el carácter de “lo político”, los teóricos de la democracia liberal, deliberativa y comunitarista, y los de la “tercera vía” o del “Nuevo Centro” son incapaces de elaborar estrategias que permitan la identificación de la población con los valores de la democracia y se comprometan en su defensa. Su concepción de la ciudadanía y de la configuración de las identidades políticas no permite comprender adecuadamente, ni canalizar de un modo positivo para la democracia, los nuevos tipos de movimientos sociales surgidos a partir de los años 60 y encuentra dificultades para integrar sus reivindicaciones democráticas en los esquemas del orden democrático, asociado a un parlamentarismo cada vez más vacío de debates y confrontación política entre alternativas realmente diferentes. Pero también es insuficiente para comprender, e intentar anular, los movimientos populistas y fundamentalistas que, apelando a identidades colectivas de tipo nacional, étnico o religioso, ponen en peligro los derechos y libertades individuales, y con ello la posibilidad misma de una democracia pluralista.
Ante esta situación, Chantal Mouffe, movida por una doble preocupación, política y teórica, y partiendo de las reflexiones iniciadas en Hegemonía y estrategia socialista, escrito en colaboración con Ernesto Laclau, propone un modelo de democracia radical pluralista que permita crear un espacio político en el que se comparta una identidad común, que defienda los principios democráticos y la garantía de los derechos individuales, y en el cual puedan construirse al mismo tiempo diferentes identidades políticas en el marco de una confrontación agonista, “domesticando” así el inerradicable antagonismo constitutivo de las sociedades humanas. Pero ello exige no sólo redefinir las nociones de ciudadanía e identidad, sino también modificar la concepción misma de la política.
La propuesta de Chantal Mouffe se apoyará en una elaborada y compleja red conceptual, de distintas procedencias, desde la que enfoca su crítica a las posiciones defendidas por los teóricos del liberalismo y los del actual Zeitgeist postpolítico y desde la que construye su propuesta política y teórica. El rechazo de las posiciones esencialistas que inspiraron las teorías políticas de los últimos siglos, junto con su concepción de lo político y su insistencia en la conjugación del pluralismo con la radicalización de los mecanismos democráticos, son algunos de los elementos característicos de su proyecto de renovación política. Por lo demás, aunque centrada en la crítica al liberalismo como teoría hegemónica dominante, su crítica se extiende también a la socialdemocracia y al marxismo. Aún así, retoma elementos procedentes de estas teorías con el objeto de dar respuesta a los problemas de las sociedades democráticas contemporáneas, preferentemente inspirándose en la situación de las democracias avanzadas occidentales: el pluralismo, la participación y las demandas sociales.
Notas
(1) Chantal Mouffe, En torno a lo político, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007, p. 128.