Karl Heinrich Marx

Fragmentos de obras de Marx

La fórmula general del capital (El Capital, lib. I, sección 2, cap. IV)

La ganancia, base del modo de producción capitalista

El circuito M—D—M (Mercancía - Dinero - Mercancía) parte del extremo que es una mercancía y concluye con el extremo que es otra mercancía, la cual sale de la circulación y revierte al consumo. Por lo tanto, su finalidad última es el consumo, la satisfacción de necesidades, con una palabra, el valor de uso. El circuito D—M—D (Dinero - Mercancía - Dinero) por el contrario, parte del extremo que es el dinero y vuelve al final al mismo extremo. Su motivo impulsor y finalidad detreminante es, por lo tanto, el valor de cambio mismo.

En la circulación simple de mercancías M—D—M ambos polos presentan la misma forma económica. Ambos son mercancías. Son, además, mercancías de la misma magnitud de valor. Pero, cualitativamente, son valores de uso distintos, v. gr., trigo y traje. El intercambio de productos, el cambio de diversas materias, en que toma cuerpo el trabajo social, es lo que forma aquí el contenido del movimiento. No así en la circulación D—M—D. A primera vista, este ciclo parece absurdo porque acaba por donde empezó. Ambos polos presentan en él la misma forma económica. Ambos son dinero, y, por tanto, valores de uso entre los que no media ninguna diferencia cualitativa, pues el dinero no es, como sabemos, más que la forma transfigurada de las mercancías, en la que se borran todas las huellas de sus valores específicos de uso. Cambiar 100 libras esterlinas por algodón, para luego cambiar este mismo algodón por 100 libras esterlinas; es decir, cambiar, dando un rodeo, dinero por dinero, una cantidad de dinero por otra igual, sería, evidentemente, una operación absurda e inútil. Las sumas de dinero sólo se distinguen por su magnitud. Por tanto, el proceso D—M—D no debe su contenido a ninguna diferencia cualitativa entre sus dos polos, pues ambos son dinero, sino simplemente a una diferencia cuantitativa. El proceso acaba siempre sustrayendo a la circulación más dinero del que a ella se lanzó. El algodón comprado por 100 libras esterlinas se vende, por ejemplo, por 100 más 10, o sea por 110 libras esterlinas. La fórmula completa de este proceso es, por tanto: D—M— D', donde D' = D + AD, o lo que es lo mismo, igual a la suma de dinero primeramente desembolsada más un incremento. Este incremento o excedente que queda después de cubrir el valor primitivo es lo que yo llamo plusvalía (surplus value). Por tanto, el valor primeramente desembolsado no sólo se conserva en la circulación, sino que su magnitud de valor experimenta, dentro de ella, un cambio, se incrementa con una plusvalía, se valoriza. Y este proceso es el que lo convierte en capítal.

Como agente consciente de este movimiento, el poseedor de dinero se convierte en capitalista. El punto de partida y de retorno del dinero se halla en su persona o, por mejor decir, en su bolsillo. El contenido objetivo de este proceso de circulación -la valorización del valor- es su fin subjetivo, y sólo actúa como capitalista, como capital personificado, dotado de conciencia y de voluntad, en la medida en que sus operaciones no tienen más motivo propulsor que la apropiación progresiva de riqueza abstracta. El valor de uso no puede, pues, considerarse jamás como fin directo del capitalista. Tampoco la ganancia aislada, sino el apetito insaciable de ganar. Este afán absoluto de enriquecimiento, esta carrera desenfrenada en pos del valor, hermana al capitalista y al atesorador; pero mientras que éste no es más que el capitalista trastornado, el capitalista es el atesorador racional. El incremento insaciable de valor que el atesorador persigue, pugnando por salvar a su dinero de la circulación, lo consigue, con más inteligencia, el capitalista, lanzándolo una y otra vez, incesantemente, al torrente circulatorio.

Las formas autónomas, formas-dinero, que el valor de las mercancías asume en la circulación simple, limítanse a servir de mediadoras del intercambio de mercancías, para desaparecer en el resultado final del proceso. En cambio, en la circulación D—M—D, ambas formas, la mercancía y el dinero, funcionan como simples modalidades distintas de existencia del propio valor: el dinero como su modalidad general; la mercancía como su modalidad específica o transfigurada, por decirlo así. El valor pasa constantemente de una forma a otra, sin perderse en estos tránsitos y convirtiéndose así en sujeto automático. Si plasmamos las formas o manifestaciones específicas que el valor que se valoriza reviste sucesivamente a lo largo del ciclo de su vida, llegaremos a las siguientes definiciones: capital es dinero; capital es mercancía. En realidad, el valor se erige así en sujeto de un proceso en el que, bajo el cambio constante de las formas de dinero y mercancía, su magnitud varía automáticamente, desprendiéndose como plusvalía de sí mismo como valor originario, o lo que tanto vale valorizándose a sí mismo. En efecto: el proceso en que engendra plusvalía es su propio proceso y, por tanto, su valorización la valorización de sí mismo. Ha obtenido la virtud oculta y misteriosa de engendrar valor por el hecho de ser valor. Lanza al mundo crías vivientes, o al menos pone huevos de oro.

Como sujeto mudable de este proceso, en el que tan pronto reviste como abandona la forma de dinero y de mercancía, pero manteniéndose íntegro y expandiéndose a través de estos cambios, el valor necesita ante todo de una forma independiente en que se contraste su identidad consigo mismo. Esta forma sólo puede dársela el dinero. Por eso el dinero constituye el punto de arranque y el punto final de todo proceso de valorización. Comenzó siendo 100 libras esterlinas, para convertirse ahora en 110, y así sucesivamente. Pero el dinero sólo actúa así como una de las formas del valor, pues tiene dos. Sin revestir la forma de mercancía, el dinero no puede convertirse en capital. Por tanto, el dinero, aquí, no se alza polémicamente contra la mercancía, como en el atesoramiento. El capitalista sabe que todas las mercancías, por despreciables que parezcan o por mal que huelan, son, por su fe y por su verdad, dinero, judíos interiormente circuncidados, y además medios maravillosos para extraer del dinero nuevo dinero.

En la circulación simple, el valor de las mercancías reviste, a lo sumo, frente a su valor de uso, la forma autónoma del dinero; en cambio, aquí se nos presenta súbitamente como una sustancia progresiva, con movimientos propios, de que la mercancía y el dinero no son más que simples formas. Aún hay más. En vez de representar relaciones entre mercancías, el valor aparece revistiendo, como si dijéramos, una relación privada consigo mismo. Considerado como valor originario, se distingue de sí mismo en cuanto plusvalía, a la manera como el Dios Padre se distingue del Dios Hijo, aunque ambos tengan la misma edad y formen de hecho una sola persona, pues la plusvalía de 10 libras esterlinas es lo que convierte a las 100 libras esterlinas en capital, y tan pronto como esto ocurre, tan pronto como el Hijo, y a través de él el Padre, es engendrado, se borran de nuevo sus diferencias y ambos se reducen a una unidad, a 110 libras esterlinas.

El valor se convierte, por tanto, en valor progresivo, en dinero progresivo, o, lo que es lo mismo, en capital. El valor proviene de la circulación y retorna nuevamente a ella, se mantiene y multiplica en ella, refluye a ella incrementado y reinicia constantemente el mismo ciclo. D—D', dinero que incuba dinero, money which begets money, reza la definición del capital en boca de sus primeros intérpretes, los mercantilistas.

Comprar para vender, o dicho más exactamente, comprar para vender más caro, D—M—D', parece a primera vista como si sólo fuese la fórmula propia de una modalidad del capital, del capital mercantil. Pero no es así: el capital industrial es también dinero que se convierte en mercancía, para convertirse nuevamente en más dinero, mediante la venta de aquélla. Los actos que puedan producirse entre la compra y la venta, fuera de la órbita de circulación, no alteran en lo más mínimo esta forma del proceso. Finalmente, en el capital dado a interés, la circulación D—M—D' se presenta bajo una forma concentrada, sin fase intermedia ni mediador, en estilo lapidario por decirlo así, como D—D', o sea, dinero, que es a la par más dinero, valor superior a su propio volumen. D—M—D' es, pues, en suma, la fórmula genérica del capital, tal y como se nos presenta directamente en la órbita de la circulación.

(Marx, El capital, lib. L, sección 2, cap. IV)